Hay
una línea invisible a la que no le prestas atención hasta que la
cruzas. Entonces no puedes dejar de pensar en ella, a diferencia de en el
pasado. Una línea fina, tan fina que nuestros ojos no llegan a
captarla. Una línea que siempre marca un antes y
un después. Como cuando dos amantes hacen oficial su relación, cuando una
amistad se vuelve imprescindible y no podemos vivir sin ella, cuando el sexo
llega a una relación de pareja, cuando nos enamoramos y cuando no lo hacemos.
A veces vivimos con miedo a cruzar esas líneas, ya que no somos dados a lo
desconocido, y al cruzarlas nos embarcamos en una nueva aventura que viene sin
manual de instrucciones y sin mapa. ¿Cuántas líneas no cruzamos
por miedo? ¿Cuántas cosas perdemos por no cruzarlas?
Si dejáramos de pensar que las cosas nuevas son malas quizás no existirían esas
líneas. Ellas están en nuestra mente, no en
nuestro corazón. Y por lo tanto son inexistentes, como todo aquello
que no está en nuestro corazón.
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